Acctúa – Al Final – Después del último Coach
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08-09-2017

Al Final – Después del último Coach

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Estaba haciendo el reporte del crimen que recién acababa de investigar, cuando de repente, un golpe seco se oyó en la habitación contigua. Mi corazón se sobresaltó y en el momento volteo hacia la puerta y cuál sería mi sorpresa. No pude contener el asombró y grité: “¡No puede ser!….era ni más ni menos que…..” Tuve que dejar de escribir, porque tocó a mi puerta alguien insistente pero pausadamente, como para asegurarse que lo oiría más por persistencia que por fuerza.

Como siempre, era tarde y seguía yo en la oficina dedicando tiempo a recobrar el día que se las había arreglado para irse más rápido que de costumbre y yo tratando de continuar con mi novela de suspenso.

Me dirigí a la puerta a abrir.

Coach – Adelante

Pasó un hombre ya muy entrado en años. Diría yo que en su última década de vida. Aunque quién soy yo para decirlo. Después de todo, todos, en cualquier momento podemos estarlo.

Cliente – Gracias, buenas noches.

Coach – Buenas noches, tome asiento. En qué puedo servirle (“a eso me dedico”, me recordé a mi mismo para no sentir la hora de irme).

Cliente – ¿Es usted el último coach?

Coach – (Caramba, este hombre lee la mente, por aquello que dije de la última década de su vida….) ¿Perdón? (le dije algo confundido)

Cliente – Si hombre, el que escribió el relato de “el último coach”. No se espante, no me pienso morir en este momento.

Con una gran sonrisa me miró a los ojos y se dirigió a darme su mano para saludarme.

Cliente – Mucho gusto, soy Flores ……, Gustavo Flores.

Coach – El gusto es mío, soy Mateo Flores. Mire que coincidencia, hasta podríamos ser parientes. Con tan pocos Flores que debe haber (no cabe duda que me puso nervioso la broma de don Gustavo en relación a su edad y la ridícula cara que he de haber puesto yo). Dígame Don Gustavo ¿en que puedo servirle?

Cliente – Pues mire, la verdad es que me estoy preparando para mi futuro, que dicho sea de paso, es seguramente de corto plazo. Hace tiempo que me jubilé y me he dedicado a atender a mi esposa, pero la verdad es que siento que todavía puedo hacer algo más de lo que estoy haciendo. Creo que cuando llegamos a acumular tanta juventud podemos compartirla y ayudar a alguien. En resumidas cuentas, quiero que sea mi coach para definir qué haré el resto de mi vida.

Pensé rápido qué decir, porque la verdad estaba muy sorprendido de la actitud de esta persona. Sinceramente nunca hubiera pensado tener un cliente como Don Gustavo.

Coach – Encantado Don Gustavo. Me honra usted con su confianza, aunque me parece que saldré ganando yo. Y no me refiero a lo material, sino que me parece que con la experiencia a que se refiere, aprenderé más de usted que usted de mí.

Cliente – Primero que nada no me diga Don Gustavo, que me hace sentir como hacendado de la revolución. Y de que usted aprenderá más de mí me parece muy bien, aunque no nos subestime ni a usted ni a mí, ya que yo todavía puedo aprender y usted parece que me puede ayudar a hacerlo. Como ustedes los coaches dicen “el cliente es el experto en su vida y el coach se centra en el proceso” ¿o no?

¿Quién será el coach de quién? Fue la primera pregunta que se me ocurrió y obviamente era para mí. Se notaba que no solo había leído el artículo del último Coach, sino que se había documentado.

Coach – Pues bien Gustavo, podemos empezar mañana mismo si le parece.

Cliente – No tan rápido, que pienso estar por aquí algún tiempo más. Déjeme arreglar algunos asuntos esta semana y nos vemos en ocho días.

Inmediatamente dicho esto rió estrepitosamente, demostrando que su autoestima se había acumulado tanto como su experiencia. Por mi parte, me seguía sintiendo algo ridículo porque estaba experimentando una fuerte oleada de dudas de cómo debía dirigirme a una persona de la edad de mi cliente. Por supuesto, que eran mis propias interpretaciones y juicios.

Coach – Muy bien Gustavo. Usted decide. Nos vemos la semana que viene aquí mismo a las 10 a.m. ¿le parece bien?

Cliente – Claro que sí Mateo. Ya nos pondremos de acuerdo en los mejores horarios para las siguientes sesiones. Hasta uno de estos días lo puedo invitar a cenar unos frijolitos que yo mismo preparo. Nos vemos la semana que viene.

Coach – Me dará mucho gusto Don…..perdón, Gustavo.

Una vez que se fue, traté de recapitular mi experiencia inicial con mi futuro cliente. Comprendí que lo mejor que podía hacer era lo que Gustavo me había comentado: “centrarme en el proceso”.
Cerré la oficina y me fui a mi casa.

Primera sesión
La semana siguiente, justo a la hora acordada, se presentó Gustavo. Venía impecablemente vestido, aunque su ropa a todas luces había visto mejores épocas.

Cliente – Buenos días coach.

Coach – Buenos días Gustavo.

Cliente – Traje mis apuntes para que no se me olvide decirle nada. Usted dirá.
¿Por dónde comenzamos?

Coach – Platíqueme quién es Gustavo Flores.

Cliente – Caray Mateo, aún con mis años me sigue costando trabajo decir quién soy. Me he dado cuenta que a mi edad es más fácil decir quién fui pero ahora hasta la misma familia me lleva a hablar de “mis tiempos”. Lo que yo les digo es que “estos” son mis tiempos. Así que yo soy primero que nada un ser humano íntegro que ha acumulado tantas experiencias que se me desbordan.

Coach – Dicen que la experiencia no es lo que a uno le pasa, sino lo que uno hace con lo que le sucede… ¿Qué opinas Gustavo?

Cliente – Pues mira, creo que tan me ha servido lo que me ha sucedido que he llegado hasta aquí con ese deseo de seguir “dándole”. Sé tantas cosas que como te comenté cuando te conocí, deseo que otros las aprovechen. Es como aquel cuento que hablaba del mejor arquero del mundo… ¿lo conoces?

Coach – En realidad no. Cuéntame.

Cliente – Pues se trata de un estudiante de arquería que quiere ser el mejor en ello. Pasa todos los niveles y llega a ser el mejor, y así lo cree hasta que alguien le dice que hay alguien mejor. Como todo buen joven, incrédulo y fanfarrón, pidió que le dijeran dónde encontrarlo para que le enseñara todo lo que sabía.
Para llegar a donde se encontraba este gran maestro, tuvo que caminar y sortear toda clase de retos. Cuando llegó hasta el lugar en donde se suponía que vivía, el pensó que encontraría un hombre alto y fuerte. En su lugar encontró un anciano vestido humildemente, pero eso sí, con mucho porte, así como yo…Bien, como te decía, se encontró a este hombre parado en un monte, viendo a lo lejos… ¡a por que en mi versión tenía una excelente vista!
El joven le pregunta que si era él el gran maestro arquero, a lo que el anciano le responde que sí. El Joven le pide que se lo demuestre, y sin mediar más palabra, el viejo levanta las manos como si trajera consigo un arco, apunta hacia un árbol lejano haciendo todos los movimientos como para lanzar una flecha. Suelta de pronto la saeta imaginaria y a los pocos segundos cae un fruto de aquel árbol, como impactado por el dardo. Al pedirle al joven que lo acompañara a recoger el objetivo caído, le dice que había llegado a un nivel de dominio en su oficio, en el que ya no requería las herramientas.
Coach – Excelente cuento Gustavo. En verdad no lo había oído. ¿Qué te dice a ti esta metáfora?

Cliente – Pues que el ser anciano, si es que entendiste tu misión, es llegar al final con un grado tal de maestría en la existencia, que ya no necesitarás más la vida.

Me quedé estupefacto y patidifuso con lo que acababa de escuchar (dejo al lector la interpretación de estas palabras domingueras). La verdad es que nunca había reparado en que la vida es el campo de batalla en donde aprendemos a utilizar y practicamos con un montón de cosas materiales, para que al final ya no las necesitemos más. Algo así como decir que el grado máximo de tener o dominar algo es no necesitarlo. La pregunta para mí sería ¿y qué pasa con los que mueren sin haber aprendido? Me queda de tarea.

Coach – Gustavo, me acabas de descalabrar con el gran veinte que me cayó. A este paso tendré que pagarte yo las sesiones de coaching.

Cliente – Me parece muy bien que te quedes con ello. Y hablando de aprendizajes, estaría bien que nuestros gobiernos aprendieran también ¿no? Me refiero a que como humanidad no hemos avanzado porque todavía estamos atrasados en aspectos tan básicos como la igualdad entre los seres humanos. Como ejemplo están todas las discusiones sobre la diversidad y que todos tenemos los mismos derechos, para luego hacer leyes especiales para indígenas, niños y mujeres. ¿Pues no que todos somos iguales?, ¿Por qué la especialización de las leyes? En fin.
Como te decía… ¿qué te decía? Perdona, así somos los sabios: olvidadizos. ¡Ahhhh!, ya recuerdo, hablaba de la maestría y de cómo ayudar a otros con nuestra experiencia y las cosas que hemos acumulado.

Coach – ¿Qué has pensado que podrías hacer con todo ello?

Cliente – En realidad varias cosas. Una de ellas es donar las cosas que no uso. En el caso de la ropa y otros utensilios, ya no necesito comprar nada, porque tengo lo que requiero y la verdad es que uso poco. Por ejemplo, tengo algunos suéteres que no uso y están como nuevos ¿qué talla eres?

Coach – Un poco más grande que tú, pero te estás saliendo del tema.

Cliente – Tienes razón. Pero si sabes de alguien me avisas. Bueno, pues te decía que la razón del coaching es averiguar qué….no, déjame corregir…cómo puedo ayudar a otros con lo que he aprendido.

Coach – Me parece muy bien. ¿Te parece si haces un análisis y defines para qué eres bueno y cuáles son las 3 o 4 aportaciones que podrías hacerle a otros? También te pido que pienses y describas en papel, ya sea de manera escrita o con dibujos, cómo serían las personas a las que ayudarías. ¿Te parece que lo veamos la siguiente sesión?

Cliente – Excelente. Será escrito por que soy muy malo dibujando.
Coach – Esa es una orden a ti mismo y una sentencia.

Cliente – Yo lo sé pero te aseguro que a estas alturas no me preocupa no ser buen dibujante y saber que prefiero escribir.

Coach – (Ni que decir de la contundencia de mi cliente). ¿Cuándo y a qué hora nos vemos?

Cliente – Eso es, directo y sin vueltas. La próxima semana, mismo día, aquí y a la misma hora.

Coach – Excelente. ¿Qué te llevas de la sesión?

Cliente – Que solo hace falta alguien que te escuche y pregunte objetivamente para saber que se puede uno comunicar consigo mismo a través de otro.

Coach – Me gusta esa definición del coaching. Gracias Gustavo. Hasta la próxima sesión.

Cliente – Adiós jovencito. Santas y buenas tardes tenga su merced. Ja ja ja. Era un dicho de mi tierra. Nos vemos la siguiente sesión.

Segunda sesión

Coach – Hola Gustavo. ¿Cómo te ha ido? ¿Qué sucedió de nuestra sesión pasada a esta?

Cliente – Hola Mateo. Pues que estuve pensando, analizando y sobre todo, observando y definiendo a mis futuros depositarios de conocimientos. Mi proceso fue el siguiente: Pensaba en toda la magia de la tecnología. Me maravilló, por ejemplo, cómo puedes hablar por un aparatito tan pequeño como los teléfonos celulares. En mis épocas de niñez eso hubiera sido un cuento de hadas y por supuesto no le hubiéramos creído al que nos los contara. Me imagino que eso le pasó a mi cuate Julio Verne.
Después de ello, pensé en que las nuevas generaciones han perdido mucho de la magia de la curiosidad y la falta de imaginación. Ya todo está digerido y no hay muchas cosas que asombren a los niños. Lo que también pensé, es que lo natural está volviendo a estar de moda, pero a precio de oro. Por ejemplo, lo que antes era común como sembrar en casa, ordeñar la vaca que uno mismo tenía y alimentaba, ahora se llama orgánico… Siguiendo mi proceso (hace un paréntesis y me dice “¿cómo la ves que uso tus mismo conceptos de coach?), pensé que las generaciones de jóvenes y niños serían un buen “mercado objetivo”, además de que me gusta convivir con ellos.

Coach – Excelente primer acercamiento. Más adelante podemos retomar esto. Ahora platícame ¿para qué eres bueno?

Cliente – En ese ejercicio, me la pasé escribiendo y escribiendo y no encontré más cosas que para dar consejos.

Coach – Me parece bien, eso te aleja de ser coach… Es broma. ¿Sobre qué temas te gusta aconsejar?

Cliente – Pues me observé utilizando refranes y dichos para utilizarlos ante problemas de otros. Eso me hace una especie de depositorio de filosofía popular y sobre todo de “interpretador” de circunstancias que observo. En verdad no se para que sirve eso. ¿Qué opinas?

Coach – En verdad creo que es simple y por lo mismo algo complejo de aplicar, pero sí observo algo interesante. Primero, regreso a lo que mencionas de que te la pasaste escribiendo ¿no será que eso es algo que te gusta hacer y haces bien?

Cliente – Mira, no me había puesto a pensar en ello. Ahora recuerdo que seguido me piden que les redacte cosas a mis hijos y nietos.

Coach – Que bien, creo que vale la pena seguir trabajando sobre ello y los temas que te gusta escribir. Lo segundo requiere que observes más sobre que asuntos se te da más aconsejar, utilizar refranes y dichos populares, y yo añadiría cuentos y metáforas que has utilizado conmigo.

Cliente – Me parece bien. No recuerdo haber tenido tanta tarea desde la escuela. Esta sesión será corta porque voy a acompañar a uno de mis hijos y sus hijas a cenar. Les encanta que les platique anécdotas….¡Ahhhh!, ya encontré algo más que me gusta hacer y a los demás les gusta. Luego te platico qué más encuentro.

Coach – Me parece bien. En esta ocasión saltó la liebre por donde menos lo esperábamos.

Cliente – Oye, el de los dicharachos soy yo. Nos vemos la semana que viene, misma hora y lugar. Y me adelanto: Me llevo un aprendizaje de mi mismo acerca de que lo que hacemos bien lo disfrutamos tanto y lo vemos tan natural que lo perdemos de vista.

Una sesión posterior

En esta ocasión Gustavo y yo nos quedamos de ver en un parque, en el que caminaríamos descalzos para tener contacto con la naturaleza. Obviamente seleccionamos uno en el que el pasto no fuera el laboratorio de transformación del producto terminado de la comida canina o de cualquier otra especie viviente. En verdad fue difícil encontrarlo.

Coach – ¿Listo para conectarte con la tierra Gustavo?

Cliente – Desde antes de llegar Coach. Me encanta conectarme con la tierra, siempre que sea del lado de arriba.
Dicho esto comenzó a reír. Yo no me atreví a decir más cosa, porque además de que me gustaba su sentido del humor, también pensé en todo lo que me hace falta “digerir” de conceptos tan naturales como regresar a la tierra de donde venimos y la naturalidad con que Gustavo lo tomaba. Es mi interpretación.

Coach – Pues comencemos a caminar, mientras platicamos. Solo déjame comentarte que hasta este momento has hecho ya varios ejercicios, reflexiones, análisis, descubrimientos y con todo ello ¡he aprendido una enormidad! Dicho esto, quiero preguntarte ¿cómo te sientes hasta este momento del proceso de coaching y qué crees que te hace falta?

Cliente – Primero que nada quiero decirte que no te adornes alabándome tanto, que de todas maneras te he estado pagando puntualmente (dicho esto echó una carcajada). Es broma. Lo que si quiero expresarte es que me he dado cuenta de que las personas comenzamos una búsqueda desenfrenada, haciendo viajes a lugares cada vez más lejanos, y al final, cuando comenzamos a entender, acabamos encontrando lo que buscábamos al regresar a casa. Es paradójico que para llegar al cielo hay que escarbar mucho ¿qué opinas?

Coach – Si esto fuera una película, el actor que hiciera mi papel tendría que poner cara de sorprendido y apabullado en cada escena en que apareciera alternando con tu personaje.

Cliente – ¡Qué caray! Me encanta que en cada sesión encontramos que ambos ganamos con este proceso. Sólo que si como coach lo vendieras así, el cliente acabaría cobrándote por darte la oportunidad de ser su coach.

Coach – Déjame ejercer mi rol y traerte de nuevo al tema, o mejor dicho, regresarnos. ¿Qué más has aprendido de tu proceso?

Cliente – Pues aprendí en este camino, que todo lo trae uno dentro, pero siempre hace falta en la vida un coach que te ayude a ordenar lo que ya sabes.

Coach – Con lo que me dices, acabo de encontrar un nuevo argumento para tener un coach. ¿Qué otra cosa consideras importante que te va a ayudar en lo que estás buscando hacer el resto de tu vida?

Cliente – Primero quiero pedirte que nos sentemos en aquella banca, ya que mi modelo de carrocería requiere hacer más escalas que el tuyo (nos dirigimos a una típica banca de parque y nos sentamos todo lo cómodos que se puede estar en estos aposentos). Como te decía, de lo que encontré importante, es que enfocarse en enseñar o provocar el aprendizaje en otros requiere de un grado de maestría muy alto en comunicación. Observé que la comunicación es como los perros extraviados – (imagínense de nuevo al coach que escribe, con la cara de asombro acostumbrada), entre más los persigues, más corren. Es necesario caminar despacio y dejar que las cosas se den y el animal no te vea como una amenaza.

Coach – Déjame ver si te entendí. Lo que me dices es que si quieres comunicarte como un experto, no funciona, pero si lo tomas natural y sin presión, las cosas fluyen y salen bien ¿es así?

Cliente – Palabras más, palabras menos. Aprendí pues que para hacer lo que quiero y aportar lo que sé y ayudar a otros, debo ser mejor comunicador, siendo natural, sin presiones ni grandes grandilocuencias ni sermones, cátedras o clases especiales a los que quiera ayudar.

Coach – Entendido. Recapitulando, podría decir que harás lo que has estado haciendo de manera natural, y tratando de adquirir la maestría necesaria que te lleve a no necesitar utilizarla, hablando de la comunicación. ¿Es así?

Cliente – Ni yo lo pude haber dicho mejor. Algo a lo que me he enfrentado, es que en la medida que he dejado de ser la figura de autoridad frente a otros, la gente a mí alrededor realmente no me toma en serio o no me escucha, quizá porque me consideran fuera de moda o algo así. Eso me pasa más cuantos más años tienen las personas con las que interactúo.

Coach – ¿Quieres decir que entre más jóvenes sean tus interlocutores, más abiertos están a escucharte y tomarte en serio?

Cliente – Sí. Será porque entre más experiencia vamos teniendo, más conocemos y más miedo nos da las cosas que escuchamos.

Coach – Coincido con eso que comentas. De hecho, como dicen los coaches ontológicos “la palabra no es inocente”, y yo añadiría lo que dice Carlos mi socio “La fuerza de las palabras no estriba en la intensidad de la voz, sino en la verdad que contienen”.

Cliente – A ver, barájamela más despacio y explícame lo que dicen los oncológicos esos….

Coach – (No me quedó más que reír) Oncológicos no. Dije: on-to-lógicos.

Cliente – A, perdón, recuerda que no escucho bien y no me queda más que interpretar…ándele, machetazo a caballo de espadas….

Coach – Caramba Gustavo, no dejo de divertirme platicando contigo. A lo que me refiero con lo que te comenté es que, por ejemplo, el hecho de que un político de esos de los que luego me platicas, que no anda por buenos pasos, diga al público “estamos en contra de la corrupción, porque es un cáncer para la sociedad”, aunque no tiene la reputación moral para soportar su dicho, no quiere decir que la verdad contenida en la frase no tenga valor y contundencia propia.

Cliente – Clarísimo. Y por cierto, ¿a qué venía toda esta plática?

Coach – Comentabas que tus interlocutores jóvenes escuchaban y atendían más a lo que decías.

Cliente – Cierto. Si te contara todas las veces que me decepcioné de gente cercana que me extendía la cortesía de “estar” conmigo, pero sin comunicarse, compartirías un poco de la soledad de estar “acompañado” que suelo tener, y más desde que cambié de rol a “persona de la tercer edad”.

Coach – ¿Ha sido soledad o desolación? (dicho esto recordé que esta distinción la hemos trabajado mucho mis clientes y yo, y que tengo que estar muy atento para saber si es de mía o de ellos).

Cliente – ¿Por qué insistes en hacer pensar a mi cerebro que pide a gritos descanso? Tomando en cuenta que es mi decisión ser víctima o no, opto por la soledad, que es más productiva y menos cómoda.

Coach – ¿Y de qué te ha servido esa soledad?

Cliente – Mmmmm. Pensándolo bien, me he convertido en un ser más observador y reflexivo. Estaba acostumbrado a ser líder en mi trabajo y mi casa y casi nunca tenía tiempo para mí. Ahora, si lo veo desde otro punto de vista, tengo tiempo para pensar. Claro que quisiera tener la fuerza para hacer, pero creo que la naturaleza es sabia y uno paga con un día de vida cada nuevo amanecer, y seguramente si no tuviéramos que hacer esa inversión, viviríamos en el desenfreno total sabiendo y pudiendo hacer….imagínate un niño sabio y travieso. Quizá hasta sabiduría y juventud lleguen a ser antónimos.

Coach – Como dices tú, “me da grima” que me la revires y me pongas a pensar en algo en lo que no había reparado.

Cliente – Me quedo satisfecho con eso por el día de hoy. Ahora solo me falta definir algo….

Coach – Escucho.

Cliente – Quiénes serán esas personas que se beneficien de mi experiencia, habiendo llegado a punto de cerrar todo lo anterior que hablamos.

Coach – Si tú fueras el depositario de la experiencia de una persona como tú, ¿Quién quisieras que fuera la persona de la que recibieras ese beneficio? Me refiero a un rol, personaje o figura.

Cliente – ¿Más trabajo mental?….. ¿Me lo dejas de tarea? Ya comienza la hora de mi programa favorito y a este tema le voy a dedicar toda mi concentración, que dicho sea de paso, ya no es tanta como antes. ¿Nos vemos la semana que viene?

Coach – Con el mismo gusto de siempre, en mi despacho a la hora acostumbrada.
Gustavo no era el único que quería tener toda la concentración sobre este tema, ya que yo también me llevaba trabajo de reflexión y conciencia. Me daba la impresión de que la tarea que se llevaba Gustavo era de los últimos elementos que hacían falta para llegar al plan final de su tema de coaching. Todavía no acabábamos el proceso y ya había comenzado a extrañarlo. Ahora entiendo aquello que nos enseñaron acerca de “amar y disfrutar a tu cliente”.

Penúltima sesión

Me encontraba listo para recibir a Gustavo en una de sus últimas sesiones y estaba preparando un café, que tanto nos gustaba tomar a ambos, cuando escuché los acostumbrados toquidos de mi querido “coachee”, como siguen diciendo algunos compañeros coaches. Abrí la puerta y ahí estaba Gustavo, con una cajita en su mano derecha. Venía vestido con una combinación extraña, ya que usaba su traje color café claro, una corbata roja con azul y un suéter verde con una bufanda azul.

Cliente – Hola Mateo. Veo que observaste mi atuendo tan “rimbombante”. Como ha estado haciendo frío, utilicé lo que me servía para este tiempo. Y como decía mi mamá “ande yo caliente, ríase la gente”. Bueno, déjame decirte que te traigo dos regalos. El primero está en esta caja. Espero que te gusten, ya que eran de mi papá y yo llegué a tenerles mucho aprecio. Te estoy dejando lo material, pero me perdonarás que el aprecio y los recuerdos los conserve yo.

En la caja estaban unas mancuernillas doradas con una piedra roja en el centro. Me dio emoción recibirlas y al mismo tiempo preocupación de que tendría que comprar una camisa especial para mancuernillas. Agradecí lo primero y me olvidé de lo segundo.

Coach – Gracias Gustavo. Además de los aprendizajes que me has provocado, tendré tu regalo como símbolo de la gran persona que eres. ¿Y el otro regalo?

Cliente – Sabía que no se te pasaría. Ese obsequio es algo que escribí pensando en la comunicación. No sé si alguien le haya escrito a ese tema, aunque imagino que sí, pero toma, léelo.

Tomé la hoja de papel escrita a máquina, que yo pensé que ya no había quién utilizara estas herramientas, aparte de los contadores que se ven obligados a hacerlo por que el fisco todavía está a medio modernizar.

El texto decía así:

“Comunicación aparente”.
“Es un surco que creamos, por tantas veces que lo andamos.
Una y otra vez lo caminamos.
Siempre empieza cada uno de su lado y lo andamos.
Y por ahí coincidimos y nos encontramos.
Cada vez más profundo el surco. Tanto que no nos vemos. Solo hablamos. Empieza ahí, acá, del mismo lado.
Un surco que nos ha identificado.
No resuelve, solo andamos una y otra vez de lado a lado, solamente intercambiamos.
Tú aquí y yo del otro lado.
Es un surco transitado de ida y vuelta, vuelta e ida.
Es un surco de por vida. En donde no nos vemos, solo hablamos.
Un camino en donde a veces coincidimos, otras nos seguimos y las demás nos ignoramos”.

Solamente me quedé callado, pensando. Realmente tenía tantas interpretaciones. Tantos sentimientos vividos, que me apenaba hacerlos míos, porque me identificaba con ellos. Imagino que muchos lo haremos. Me vino a la mente la expresión que he de haber puesto, que seguramente fue nueva.

Cliente – ¿Necesitas un coach? Te puedo recomendar uno muy bueno.

Dicho esto, río abiertamente. Yo por supuesto cambié mi cara por una de bochorno y luego de dueño de la situación. Efectivamente, encontré que había algunos temas que resolver de mi parte. Ese será un buen tema para coaching.

Coach – Me pillaste, como dirían los españoles. Tiene tanta profundidad, que se transparentan tus sentimientos, aunque esto que digo seguramente tiene más que ver conmigo que contigo.

Cliente – Estás en lo cierto. Tienes un buen ojo avizor. Con este escrito cerré el capítulo y directamente quiero decirte el resultado de mi tarea.

Coach – Adelante. Soy todo coach.

Cliente – Pensé en la pregunta que me dejaste para reflexión y pasé por una criba todo este asunto. En este filtro puse a todas las personas de las que tuve aprendizajes, incluyéndote, y al final me remonté a mi niñez. Por lejano que parezca, no tardé mucho y me di cuenta que mi personaje favorito y en el cual me pude reflejar fue mi abuelo y a su vez, mi padre, que aunque no alcanzó a conocer a sus nietos y por lo tanto no tuvo esa maravillosa oportunidad, sí me inspiró sentimientos parecidos a los de mi abuelo.

Coach – Me da gusto que hayas encontrado un personaje que tu mismo estás viviendo. Ahora mi pregunta es ¿Encuentras sentido en tu hallazgo y satisface tu búsqueda inicial?

Cliente – En verdad y aunque suene muy simplista, efectivamente quiero ser un abuelo provocador de aprendizajes. El único punto que tengo que arreglar es mi necesidad de ayudar a más personas que solamente a mis nietos. Creo que hay muchas más a las que pudiera ayudar de la manera que encontré que puedo hacerlo.

Coach – ¿Qué se te ocurre que puedas hacer para mejorar tu porcentaje de bateo?

Cliente – Ahora beisbolista. ¿Te dije que jugaba en un equipo cuando niño en mi pueblo?

Coach – No me platicaste. Seguramente tendremos oportunidad de platicarlo. Ahora déjame escuchar tu respuesta.

Cliente – Si ya sé. Regresemos al proceso. Pues bien, NO, no se me ocurre.

Coach – Si quieres ayudar a más personas y lo puedes hacer a través tu rol de abuelo, ¿a cuántas personas crees que puedas influir desde ese rol?

Cliente – Déjame pensar. Mmmmm. Si pienso como ingeniero que soy ¿te dije que era ingeniero?…Ya sé, ya sé…regreso al tema… Como ingeniero vería solamente a los que “toco”. Claro que si lo veo como pensador libre, estaría hablando de mis nietos, sus papás, quizá algunos de sus amigos…

Coach – Digamos que pudiera ser exponencial.

Cliente – No lo había pensado así, pero me parece que sí. La otra sería que me convirtiera en un abuelo de alquiler, pero no tengo ganas de comenzar a verme como producto. Me quedo satisfecho con este nuevo descubrimiento y conclusión.

Coach – ¿Qué más Gustavo?

Cliente – Me parece que esta es la sesión más corta que hemos tenido.

Coach – El tiempo no importa si logras el objetivo. Me parece que solo nos quedaría cerrar tu proceso de coaching, dedicando tiempo a tu plan de acción. ¿Cómo andas esta misma semana para enseñarte un modelo de plan para ver si te sirve y lo comiences a trabajar?.

Cliente – Me agrada. Pasado mañana aquí mismo y a la misma hora. Se me facilita porque mi hijo me trae y pasa por mí. Tengo el privilegio de tener un ingeniero de chofer. (Ríe de nuevo) Que no me oiga porque a lo mejor me cobra y a sueldo de profesional. Bueno coach, nos vemos pronto.

Tuvimos todavía algunas reuniones más. Gustavo nunca perdió su buen humor y ánimo, a pesar de que tuvo varios problemas de salud, veía muy poco, oía limitadamente (“oigo pero no entiendo lo que dicen, sobre todo si la que habla es una mujer” decía y yo creo que era una manera más de demostrar su sabiduría), caminaba dificultosamente y otras dolencias más.

Tiempo después vinieron a verme uno de sus hijos y dos de sus nietas. Recuerdo que su hijo me presentó a sus hijas, y cuando las saludé, hice la pregunta más común que se les pueda ocurrir “¿cómo te va?”… ¿Pueden adivinar su respuesta? Claro, es obvio (como dice una de mis hijas) “Bien. Sólo a los tontos les va mal”. Cuando saludé a la otra, traté de cambiar el contexto y le dije “qué bonito abrigo azul y bufanda verde con rojo”. Se me quedó viendo captando que me refería a la extraña combinación y su respuesta la habrán intuido: “ande yo caliente….”.
Su hijo me contó que a Gustavo lo había encontrado el destino, tal y como alguna vez me dijo que le gustaría irse de este mundo: dormido y feliz (¿ley de la atracción?). Me comentó que su papá les había estado comentando acerca de su coach, pero no les dijo qué estaba trabajando. A pesar de ello, su hijo también me dijo que en esencia Gustavo no había cambiado, sin embargo algo comenzó a hacer diferente, a tal grado que comenzaron a ponerle más atención; más personas se le habían comenzado a acercar, e inclusive notaba cambios en ellas. No me supo explicar más.

Antes de marcharse me entregó un paquete envuelto sin mucha ciencia, pero de manera muy práctica. Dentro estaba un suéter impecable, todavía con la etiqueta de la tienda. Junto estaba una nota que decía:

“Coach: Como te comenté, tengo ropa que no utilizo, aunque el problema de las tallas sería difícil de solucionar. Es por eso que te compré este suéter que me gustó. La realidad es que lo compré pensando más en mí que en ti, pero el beneficiario serás tú. Así es que espero que te guste y lo disfrutes en estos tiempos tan extraños. Si no es febrero loco, marzo otro poco, seguro es el cordonazo de San Francisco. Le pedí a mi hijo el ingeniero que te lo llevara porque mi “pata” no funciona bien y no encuentro el bastón que quieren que use. Gracias por todo. Espero que tengas oportunidad de probar los frijolitos que te comenté, porque están de rechupete. Saludos. Gustavo”.

En realidad me entristeció el saber que no tendría oportunidad de platicar de nuevo con Gustavo, sin embargo algo en mí está seguro de que él había logrado su objetivo. Sobre todo porque además de que observé algunas muestras en su hijo y nietas, Gustavo no hizo bien sus cuentas. Le faltó contarme a mí como su beneficiario, además de mis hijas, mi esposa, mis nietos, mis amigos, mis clientes y todos aquellos que seguramente recibirán algo de lo que todos aprendimos.